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¿Con o sin cebolla?

 

Aunque no lo crea, hay campos sin bunkers, pocos, pero los hay.

No es la norma y si hiciéramos una encuesta, la gran mayoría de los aficionados no entendería un campo de golf sin las zonas arenosas -ahora también conocidas por áreas de penalización-.

Pero existen y algunos son auténticas joyas, como Berkhampsted y Royal Ashdown Forest en el Reino Unido.

Pero hay más casos por el planeta golf. Ya le digo, son como las meigas.

 

Royal Ashdown Forest, en Brighton, sin ninguna de sus trampas de arena.

 

No es la norma, pero las nuevas circunstancias podrían llevarnos por nuevos caminos.

La posibilidad de no poder usar los rastrillos por causa de la pandemia dejará momentáneamente aparcada la diatriba de si el rastrillo tiene que estar dentro o fuera de la trampa -el símil golfístico de si la tortilla necesita cebolla o no. Que, por cierto, la necesita-.

Lo que nos llevará a afrontarlos de otra manera.

Las trampas de arena, cuenta la historia, nacieron como refugio formado por el ganado y otros animales en las zonas arenosas para guardarse del temporal norteño que es usual por donde jugaban los primeros golfistas junto a las zonas costeras británicas. Pero según se adentraba el golf en la espesura, las trampas de arena eran más limitadas en cantidad.

Con la exportación del golf por el mundo, las trampas también siguieron el mismo camino porque era la norma en sus zonas de origen, independientemente de que el nuevo emplazamiento se diseñara en una zona boscosa sin dunas de arena a la vista.

 

Algunos "arquitectos" moldeando Pebble Beach, en Estados Unidos, a principios del siglo XX.

 

Y lo que en un principio era dibujado por la naturaleza, se convirtió en una herramienta de diseño y estrategia para los arquitectos de campos. Y, ¡boom!, comenzó su proliferación.

Pero, hasta no hace mucho, nunca fueron las playas soleadas en las que se han convertido muchos de los obstáculos y no lograba vislumbrar el momento en que apareció el rastrillo en nuestros campos.

Ante la duda, pregunté a Ignacio Gervás, director deportivo de la RFEG, y posiblemente la persona más leída e instruida de la historia de golf que conozco en España.

“Tirando de memoria, el rastrillo del búnker llegó al mismo tiempo que la competición profesional de golf televisada. Necesitaban que todo fuera impoluto y que el campo estuviera, en la medida de lo posible, en las mismas condiciones para todos los participantes”, me comenta Gervás. Tiene lógica.

En resumen, le quitaron la cebolla.

Eso significaría que Gene Sarazen no inventó el sand wedge como una manifiesta exhibición de su intelecto a principios de 1930, sino como mera cuestión de supervivencia. Porque hasta hace nada, las trampas no se rastrillaban, salvo por el esparcimiento ocasional de la arena que, con más o menos éxito, pudieran realizar los golfistas con el empeine de sus zapatos.

 

Algunos modelos curiosos previos al sand de Sarazen con los que se intentaba escapar de la arena o el agua.
 
 

Hacía lustros que se llevaban diseñando palos con diversas funcionalidades para que la bola pudiera salir airosa de la arena y el agua, pero sin mucho éxito.

Con la televisión, el rastrillo se hizo norma. Y con Sarazen, llegó el salvavidas.

Mantener las trampas de arena es una de las labores más penosas y costosas para un campo de golf, y además ralentiza el ritmo de quienes no tienen la maestría suficiente para salir de ellos con dignidad. Pero, al menos durante un tiempo, es muy probable que tengamos que acostumbrarnos a volver a los orígenes.

En Pine Valley, en Estados Unidos, reconocido como uno de los mejores y más exclusivos campos de golf del mundo, hace décadas que los rastrillos desaparecieron de sus instalaciones. Sólo el personal de mantenimiento los adecenta de vez en cuando -y más de cuando que de vez-.

 

El green del 10 en Pine Valley, sin sus rastrillos y con sus pisadas.

Y lo mismo hacen otros campos por el mundo, que sólo devuelven los rastrillos a sus feligreses en temporada alta, cuando se prioriza el ritmo de juego.

Será diferente jugar en las nuevas circunstancias, y arqueará no pocas cejas cuando la bola termine en la arena sembrada de recuerdos de los participantes precedentes, pero por encima de todo, lo más importante será que podamos jugar en cuanto se nos permita hacerlo.

Da igual si es con o sin cebolla.

 

Por Óscar Maqueda

Director de Comunicación de la FGM

@macgdyoyo

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